Y que al volver cada noche a su casa, con la mochila repleta de sueños, anhelos y deseos, miraba como éstos se pudrían ante el desencanto de una vida como de hurón tetrapléjico.
Alguien le debió propiciar más de esas caricias, esas mismas con las que con tanto amor repasaba la carlinga, el fuselaje, y hasta el tren de aterrizaje de su querida nave.
Alguien le debería de haber tenido en cuenta para el reparto de premios, el día aquel, en el que a babor de su cabina de mando, apareció aquel gigantesco pterodáctilo. Y con su habitual pericia, salvo la nave girandola a estribor... Pero el mérito se lo llevaron los gemelos de un año María y Jesús, que justamente en ese instante empezaron a levitar...y eso que tan solo fueron cinco centímetros sobre el rostro de sus asustados papas.
Una semana más tarde encontraron el cadáver del aviador sobre una barata cama de un todavía más barato hotel.
Autoría: Ortunyo Benjumea Mcnulty
(Texto registrado)
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