(fragmento de mi obra Archipiélago del Miércoles Aéreo)
Prologo:
Hombres, no hay mejor compañera de vida que una mujer verdaderamente libre.
Mujeres que de una vez y para siempre pasen de ser objetos deseados, a ser... mujeres deseantes.
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Desde que Tristán se fue…Isolda teje el frio en la vereda de Tintagel. Desde que Lanzarote marchó... Guiennevere calma el estío con sus lágrimas de invierno
E Isolda se aleja del dolor. E Isolda se funde en las olas bajo el amor y el coral.
Guiennevere en el jardín… Regando azucenas, el frio se hace el destilado perfecto. El frio de Isolda, amanecida Isolda, sin heridas de cuchillas.
El “mabinogi” habla de la osa polar, de acercarse hasta el jardín de las hojas muertas de Tintagel, donde el frio de Isolda se hace región de la vida.
Las cuatro esquinas de la montaña blanca se hacen nostalgias, de vida y de visión inmaculada. El rey Marke muere de celos al acercarse a Isolda…de amor y de dicha…y de frio intemporal.
Guiennevere, escribe cartas que nadie recibirá. Guiennevere es tácita con la vida que arroja su sombrío destino. Guiennevere, se desliza en los sueños de Isolda y la hace cómplice de consuelo. Guiennevere es el espejo de Isolda cuando llega el amor en invierno...cuando todos los Tristán y Lanzarotes de la vida de la mujer parecen vivir en la nube de sus sueños.
Autoría: Ortunyo Benjumea Mcnulty (walking in the shoes of Jesús Gonzálvez Galán…en el borde del acantilado de los hombres que no aman de verdad a las mujeres)
(fragmento de mi obra Archipiélago del Miércoles Aéreo)
En cuanto a merecer algo distinto de lo que tengo, solo puedo discernir un aluvión de plumas cayendo sobre mi espalda arrullándome lentamente.
En cada sensación, disminuida mi conciencia, doblo la vista para poder alertar mi mundo ante la invasión de seres de otros universos.
Las plumas dejan salir esferas diminutas de entre sus láminas fulgurantes y delicadas las luces venenosas me hacen señas llorando por el yogurt caído en la flor de la vida.
¿Cómo puedo aterrizar sin sufrir descalabro, cuando la esfera que me contiene no tiene vida propia?... ¿acaso no tiene el sabor lácteo vegetativo que se le supone a las plumas invasoras?
Cuando el silencio se hace niño amamantando, te veo dormir entre las plumas caídas, y que hermosa estas, con tu perfil de “Mafalda” estilizada y tus desordenados dedos ante tu boca hambrienta, llenando la cama en cruzado despliegue femenino.
Este martes al anochecer, renunciare a mi cómodo infierno de diez millones de kilómetros cuadrados, por los mil centímetros cuadrados del paraíso de tu cama.
Cuando las plumas lácteas vengan a ofuscarme el delirio, buceare en tu piel, perderé parte de mi esencia en tu interior…para siempre amor, para siempre…y por última vez, para nadar entre las plumas de otro mundo.
Autoría: Ortunyo Benjumea Mcnulty (walking in the shoes of Jesús Gonzálvez Galán.)
Un poco más abajo a la derecha Sarah Brightman canta Moonriver con Juanito, Pepito y Dorotea, los gatos de Navarcles, que le confeccionan los coros.
(fragmento de mi obra Archipiélago del Miércoles Aéreo)
Aquel día habíamos decidido caminar de puntillas, el humo quedo a nuestras espaldas pero la niebla se cernía sobre nuestro horizonte. Descalzos otra vez sobre los guijarros tropezábamos con las margaritas que crecían en desordenada danza nupcial. Y así fue como al atardecer nos topamos con Richard Gere. Andaba el buen hombre de un lado a otro lado del enorme roble solitario que devolvía sombras y alivios al cauce del viento que deslizabase entre sus ramas ambiciosas de sol.
Cincuenta años atrás Richard Gere había plantado el roble solitario en el declive de una loma cobriza de tanto recibir los soles de poniente. En aquel tiempo los donaires y bravuconerías eran plato de diario, era el tiempo de los patios de colegio del instituto mordaz y desalmado en donde los robles fueron juncos entonces. Las hojas no tenían relevancia en aquel pasado ardiente y desasosegado, daba igual el numero, la calidad y el reflejo que el sol las transmitía. Sin embargo la duda que nos tiñe en las inmadureces formas se erosionan y nos dan pinceladas y abanicos de aire canoso y algo desconchado ya. Y aunque la mirada se vuelve tierna con las miradas solo una hoja ha de captar la atención de Richard Gere.
Después de contar ciento veinticinco mil doscientas trece hojas, solo una, la más pequeña y suave, de terciopelado tacto se diría, es la que hace que la misión para la que la vida le prepara ya no tenga valor. Dos horas y veinticinco minutos más tarde las lagrimas empezaron a desgarrarse de sus ojos en la intima convicción que nada debía apartarlo de la candidez que arrobaba su cansado corazón. Richard Gere nos miro con la certidumbre que da el saber, con la certidumbre que da el tener que olvidar. Y así fue como nos pidió acompañarnos, con la mente vacía excepto por el recuerdo de la pequeña hoja que le acompañaría hasta el día de su muerte.
Autoría: Ortunyo Benjumea Mcnulty (walking in the shoes of Jesús Tóbal Gonzálvez Fernández Galán Amador)