Y las llagas se volvieron huecas.
Los gritos se aliviaron en las oquedades de las piedras,
y así fue como su eco se perdió para siempre.
Y la cabeza nos dio la vuelta.
De fuera hacia dentro.
Desde el oeste hacia el naciente.
Hasta morar entre el trigo que fue.
Descansamos bajo la fronda del sauce,
y supimos que el hogar siempre estuvo ahí.
Donde las raíces se confunden con los anhelos,
las esperanzas ya no fueron vanas.
Donde dormir de una vez
sin sueños que nos desgastaran.
Sin la humanidad que nos envolvía,
pero revueltos en el aire del atardecer.
Y quisimos descansar.
Dejamos las premisas.
Y no volvimos a pensar.
Solo la pequeña flor nos canto la mañana.
El arrullo perpetuo que nunca jamás... nos abandonaría.