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domingo, 13 de diciembre de 2020

El habitante de las nubes

 



El habitante de las nubes

(Extracto de mi obra Archipiélago del Miércoles Aéreo)


Resignado a la molicie sin sentido, 
recogió pertenencias y quehaceres 
y los escondió dentro de una terapia de grupo. 

El aire era estúpido esa mañana. 

El mar era solo un recuerdo de extrañas concordancias luminosas en contraposición con la sublime profundidad del carbón. 

Cada gota de gas, cada burbuja de agua, le recordaban la inestimable ausencia de ausencia, 
cada poro de las estructuras del perro que le acompañaba, le indicaban el camino aéreo que debía recorrer… 

Con cuanta malicia el tránsito aéreo le impelía hacia los arcenes de las cordilleras… 
Las hélices helicopterales le servían de alivio al ánimo del sol, y cuando el globo de las sensaciones meteorológicas le insinuaba un refugio orgánico, se instituía en el santo de las matemáticas esféricas. 


Miles o quizás millones de organismos unicelulares se adherían a su cabello, a las plantas de sus pies…Le hablaban y el se hacía el sordo, y sin gloria se torcía los tobillos  para sentirse mejor que un astrolabio abandonado después de hacer ver las estrellas muertas desde que Ptolomeo y Arzaquiel miraran al éter después de una merienda en los patios de las mimosas y jazmines anochecidos. 


Ibn al-Shatir le enseño a mirar de cinco esféricas formas diferentes lo que siempre había soñado…y entre cúmulos de esporas circulares enveneno las disueltas partículas de las plumas que le llovían desde los planetas de su pasado.


Los yogures serian servidos otra vez mas para precipitarse de nuevo en suicidio colectivo.
Y caer de nuevo:
Sobre los baños turcos, 
sobre las horadadas rocas de la playa, 
sobre Extremaunción y Encarnación, 
sobre los productores japoneses de inmaculados engendros, 
sobre y detrás de la luna llena cuando esta enciende los cabellos, garras y colmillos.
Para caer y desplazar los servicios lácteos en Sudamérica, 
y quizás para llenar por una hora el mar de los cetáceos. 


Autoría: Ortunyo Benjumea Mcnulty (walking in the shoes of Sinda Mabué)
(texto registrado)



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