Una canción para querer creer
(fragmento de mi obra "Los ciempiés dorados")
Una canción para derretir…fundirse,
luz y amistad.
Empieza la noche y mojo el rosario, me resisto a pensar.
Yo quería creer en tantas cosas,
y al final la verdad no se movía de mi lado,
siempre estuvo allí…
Creía en los pardos arboles de engalanada majestuosidad,
pero ellos no me hablaban ya…
Creía en las piedras, antojos de un ser superior
pero su autoridad era incierta…increíble.
Desnudaba mis manos cada atardecer para creer,
descalzaba los pies y los enfangaba con mentiras atroces,
nada era mas cierto que las mentiras que me contaban desde el pozo de los sueños
Solo el amor se desprende de los halitos y fulgores,
solo el amor es verdad inmaculada…
Desde Creta y Mykonos lloran las palmeras mediterráneas,
Estibaliz recita poemas en las ciénagas lacustres,
y los mirmidones escuchan escanciando verdades,
los pies sucios y los ojos detonantes de amor.
Amarillea la sabana entre girones de arboles deslucidos
por las tropelías del leopardo…las ginetas cantan verdades
que jamás creeríamos…salve a la ventana que se pinta así misma
primoroso tesoro de flores verdaderas y antiguas .
Soy renuente a colgar de mi hombro nada que no sea tu verdad,
esposa de amor…feliz sentido de domingo.
Pero salir a pasear sin tu alivio me produce ardor en las piernas.
Todo nace para mentirme…hierbas y ruedas,
pececillos de arroyo cantando miserias de “Telecinco”.
Sanidad prendida del coro de un telediario cualquiera,
y en cualquier lamento desnudo de vida,
guerras que me ultrajan tu verdad.
¿Querrás contarme un verso para poder creer en algo?
Solíamos recorrer la jungla en una bicicleta con alforjas repletas de ideas extravagantes,
solíamos pararnos a escribir notas en el envés de las hojas…
Al iniciar el ultimo curso ya habíamos aprendido todo lo necesario, nos dedicábamos a escanciar nuestro conocimiento sobre las cascadas del rio azul.
Los perritos se llamaban unos a otros,
tan delicadamente felices…
Bien, o bueno, todo podría ser,
la oscuridad se hacía severa a las doce del mediodía…
Las mandíbulas nos hacían reír de tanto llorar,
un infierno de credibilidad y todo para nada.
Quizás la última guerra duro demasiado poco,
la sangre no vertida provoca acidez,
pero los perrillos no saben nada de esto,
tu figura tampoco,
pero tu rostro entiende la oscuridad y la transforma en el país que habito tan lleno de tu luz…
A la espera de esta oscuridad llena de luz,
aparcaremos la osamenta bajo la farola ideal…
La brillantez seduce en la soledad.
Al iniciar el ultimo curso ya habíamos aprendido todo lo necesario, nos dedicábamos a escanciar nuestro conocimiento sobre las cascadas del rio azul.
Los perritos se llamaban unos a otros,
tan delicadamente felices…
Bien, o bueno, todo podría ser,
la oscuridad se hacía severa a las doce del mediodía…
Las mandíbulas nos hacían reír de tanto llorar,
un infierno de credibilidad y todo para nada.
Quizás la última guerra duro demasiado poco,
la sangre no vertida provoca acidez,
pero los perrillos no saben nada de esto,
tu figura tampoco,
pero tu rostro entiende la oscuridad y la transforma en el país que habito tan lleno de tu luz…
A la espera de esta oscuridad llena de luz,
aparcaremos la osamenta bajo la farola ideal…
La brillantez seduce en la soledad.
Autoría: Ortunyo Benjumea Mcnulty (Walking in the shoes of Sinda Mabué)
(texto registrado)
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